Juro que no sabía!!, pero resulta ser que el genial poeta escribió
este poema para mi musa, antes incluso de que yo naciera...
este poema para mi musa, antes incluso de que yo naciera...
La musa en el asfalto
Amo tu
ocaso, tu soberbio artificio,
la gracia
decadente que hace frente a la edad,
tu
instinto inmortal sostiene el edificio
de tu
carne que el tiempo no acierta a profanar.
Magnífica
Teodora del sabio maquillage,
sobre la
ruina eterna te levantas reina Esther,
en estado
de larva se oculta bajo el traje
una de
las viejecillas que amaba Baudelaire...
Los
tintes sólo atigran la opulencia brumosa
de tu
cabellera que hace sombra de kolh
sobre tus
químicos ojazos de gata fastuosa
que arde
en los icterísicos crepúsculos del sol.
Tu boca
es más vieja que tú, y también por eso
sus
pliegues invisibles la entorna o la mueve
en la
palabra trunca que dices como un beso,
porque tú
besas a veces cuando llueve...
Porque tú
besas a veces cuando llueve
y nuestro
ensueño entonces se espeja en el asfalto...
Tu beso
es esa racha de viento que aleve
el pulmón
de la otra musa toma por asalto.
Y el alma
ama tanto la sabiduría
de tu
beso viejo, sabio, pegado a tus afeites...
es como
haber violado a la melancolía
el
esponjoso pregusto de tus raros aceites.
¿Cómo
hablar de la fresa extinta en tus encías
para el
decoro mate de tus dientes postizos?
Tu voz
cascada y suave tiene las melodías
que el
viento centenario modula en los chamizos...
Tu voz es
la cascada voz semi-tumbada
de los
jugadores que se juegan de una vez;
eres la
lisa moneda de oro que rodaba
en el
Montecarlo de mi hastío sin luz y sin croupier...
Sé que
eres vieja, quizás eres vieja como mi ciudad
y que
como ella gastas a las vulgares gentes,
pero sé
que te atraes -¡Oh! compasiva maldad!-
para
violarlos, a los huraños adolescentes...
Buscas la
media luz para eludir el reproche
del tiempo,
¡pero en que acre lascivia el ánima se estanca
cuando en
el misterio de la media noche
abres tus
vestidos y en la luna eres blanca!
Hubieras
sido una viejecilla de Baudelaire
si tu
enorme instinto no te avasallara,
si en tu
mudez ambigua tu sexo no alzara
la
voluntad a «outrance» de ser la MUJER.
¡Oh cómo
amo tu bello, tu soberbio ocaso
la
victoria del arte superior de las modistas!,
sobre la
gravedad del tiempo tu traje de raso
y sobre
la Muerte tus albayaldes y rouges fetichistas...
Bajo el
cold-cream rosado tu cara es una esfinge
que sólo
inmuta a ratos las galas del metier,
tu vejez
es la juventud del tinte y del potinge
que se
defiende contra la viejecilla de Baudelaire...
¿En qué
edades antiguas clavado a tu sonrisa,
cariátide
de pasmo mi rumbo en ti perdí?
Del fondo
de mí mismo una voz clara y sumisa:
«Hace
cinco mil años que está dentro de ti.»
Eres
quizás mi musa, artificiosa y llena
de
especies olorosas ligadas a tu cera,
a veces
en tu engaño en verdad que eres obscena
¡Oh! musa
enigmática que estás en la vidriera...
Te aman
los niños y los viejos se enamoran
del
rosicler gemado de tu carne en locas fugas
de luz...
y yo soy un niño anciano de esos que lloran
porque
bajo los rizos se palpan las arrugas...
Nicolás Olivari, poema del libro La musa de la mala pata.
Editorial Martín Fierro, Buenos
Aires, 1926
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